LA BELLEZA EN MANOS DEL AZAR
Horacio Velmont
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A pesar de que es conocido por todos que la cirugía estética es similar a los juicios: nunca se sabe cómo terminan, las mujeres siguen sometiéndose a ella.
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A veces los resultados son espectaculares, como el caso de Marilyn Monroe, que siendo una mujer poco atractiva la cirugía estética la transformó en un ícono mundial de la belleza femenina, y en otros espantosamente trágico, como el caso de Laura Antonelli, que siendo una mujer superlativamente seductora la transformó en un verdadero monstruo.
¿A qué no adivinan cuál es Uma Thurman después de la cirugía estética?
http://elpais.com/elpais/2015/02/10/estilo/1423565077_265680.html
Pongo solo estos ejemplos extremos porque en materia de cirugía estética los casos de éxitos fulminantes y de fracasos estrépitosos están a la orden del día y cualquiera puede acceder a ellos, si le interesa profundizar en el tema, con solo utilizar el buscador Google.
A pesar de la importancia que tiene la advertencia sobre los riesgos que corre una mujer al someterse a una cirugía estética, no es este el propósito de esta nota, sino aclarar sobre algo que los autores del tema omiten por desconocerlo. Me refiero al origen del impulso irracional hacia las cirugías estéticas.
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Desde ya que en muchos casos existen malformaciones que la cirugía estética puede solucionar, pero en su mayoría el impulso a someterse a ellas no parte de la mente analítica sino de la reactiva, que por definición es irracional.
Todo lo que parte de la mente reactiva es irracional porque los impulsos son similares a las órdenes hipnóticas, que se hacen más compulsivas en cuanto haya dolor de por medio, como en las operaciones quirúrgicas, donde todo lo que hablan los cirujanos y las enfermeras se graba a nivel celular del paciente como tales.
Esto significa que si más tarde se restimulan, quizás porque un familiar tiene la voz parecida al de uno de los cirujanos, los resultados pueden ser tan impredecibles como desastrozos.
Incluso si alguien conoce a algún cirujano que todo lo quiere resolver con cirugía, especialmente si el paciente sufre trastornos mentales, puede apostar que tiene un engrama sobre «deshacerse de ello» o similar.
Muchísimas mujeres ansían, por ejemplo, aumentar el volumen de sus senos o de sus labios … ¿De dónde sale esa compulsión que nada tiene que ver con la belleza? ¡Por supuesto que de un engrama!
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Y está detrás la misma compulsión engrámica cuando las mujeres acuden a cualquier artilugio para parecerse a la muñequita Barbie.
Sería muy fácil descubrir que ciertas costumbres salvajes tienen también origen en engramas.
Por supuesto que lo mismo puede suceder con el hombre, que si quiere que su mujer tenga pechos descomunales y por eso la obliga a someterse a una cirugía, también tiene por detrás un engrama.
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Cualquier operación quirurgica donde intervenga la anestesia, y especialmente si es total, constituye un riesgo para el paciente, por lo que someterse a ella sin que haya una verdadera necesidad, es solo demencia. Los engramas, precisamente, son demencia.
¿Qué sucedería si una mujer que tiene un engrama con el contenido verbal, por ejemplo, «te verás horrible» (expresión muy común con que las madres se refieren a un peinado o un vestido de sus hijas) se le activa en el quirófano y en el posoperatorio se le restimula? A mi no me cabe duda que algo parecido puede haberle sucedido a la bellísima Laura Antonelli.
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NOTA ADICIONAL DE HORACIO VELMONT
Hace algunos años se divulgó por la televisión argentina un video obtenido con cámara oculta de una operación quirúrgica en el que se podía escuchar cómo los cirujanos hacían chistes obscenos sobre el paciente.
Naturalmente que el documental produjo la consiguiente alharaca, pero sin que nadie diera con la tecla sobre lo que en verdad significaba el hecho.
Todos estuvieron de acuerdo en que se trataba de una falta de respeto hacia el paciente, pero lo curioso del caso es que el verdadero problema no pasaba por allí.
Y la prueba está en que si los cirujanos y las enfermeras conversaran en el quirófano con todo respeto, las consecuencias podrían ser las mismas –o incluso peores– que si se burlaran.
¿Por qué esto es así? Porque todo lo que se habla en el entorno de una persona inconsciente, sea desmayada o anestesiada, o incluso abrumada por algún problema, se grava a nivel celular como orden hipnótica de impredecibles consecuencias si en el futuro se reestimula.
Técnicamente esta orden hipnótica se denomina “engrama”, y en el quirófano se agrava porque está presente el dolor, ya que el dolor potencia la profundidad de la orden hipnótica y la hace más compulsiva.
Como la mente reactiva es irracional porque reacciona automáticamente ante un estímulo dado –al contrario de la mente analítica que razona antes de actuar–, no importa el verdadero sentido de la expresión, ya que puede ser mortal tanto la palabra “mátalo” como “hazlo”.
Las clave de la mente reactiva es la impredecibilidad, y por lo tanto las mismas palabras impulsan a acciones distintas en cada persona.
En uno de los casos se encontró que las piernas no soportaban el peso del paciente, y los médicos no encontraban nada que pudiera ser el origen de tal debilidad.
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La técnica dianética, desarrollada por L. Ronald Hubbard, fue la que descubrió la razón: cuando el paciente enfermó, la madre que lo cuidaba decía constantemente: “No lo soporto más, no lo soporto más”, refiriéndose a la situación de tener que estar permanentemente al lado de su hijo enfermo.
Esas palabras se le grabaron en el hijo a nivel celular como engrama, y la mente reactiva, irracionalmente, las interpretó como referida a las piernas, con la consecuencia de que ordenó que no soportaran el peso del cuerpo.
Si a una persona se la hipnotiza y se le da la orden concreta de que cuando despierte sentirá debilidad en las piernas a tal extremo que no soportarán el peso del cuerpo, el resultado sería el mismo.
Y si esas palabras se vierten en el entorno de alguien anestesiado, el resultado también será similar.
Después, los cirujanos no podrán entender cómo el paciente no puede caminar si antes de la operación estaba perfectamente bien e incluso entró al quirófano caminando.
Obviamente, estamos brindado ejemplos aproximados, solo para dar una idea del riesgo que significa hablar ante alguien que tiene disminuida la consciencia, porque las consecuencias son realmente impredecibles.
Si nuestra sociedad fuera avanzada, existirían leyes penales que sancionarían severamente a quien hablara ante una persona inconsciente, porque se lo consideraría un grave atentado a su cordura.
Naturalmente que los cirujanos necesitan hablar mientras operan a un paciente, aunque sea para decir “pásame el bisturí”, pero sabiendo que todo lo que digan estará grabado a fuego en las células de ese paciente como orden hipnótica de alto poder, pronto a dispararse en el futuro en cualquier momento, procurarán ser lo menos verborrágicos posible.
Estas explicaciones, que por otra parte hemos brindado en reiteradas ocasiones, podrán ampliarse en los link que indicamos seguidamente.
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