Falacias abortistas

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CÓMO NOS ENGAÑAN CON EL CUENTO DEL
ABORTO LEGAL, SEGURO Y GRATUITO
(*)

Horacio Velmont

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Así es, querido Watson, el aborto es la aplicación
de la pena de muerte a un inocente

Yo me pregunto por qué los abortistas dicen estar a favor del
aborto y no estar a favor del asesinato de una criatura en gestación…

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El Electropsicómetro, el aparato que le falta a la Justicia Penal

LA SIEMBRA ES LIBRE, LA COSECHA OBLIGATORIA

La demostración más categórica de que no es gratuito el asesinato de una criatura en gestación -por más que eufemísticamente se lo llame «aborto»- se obtiene a través del Electropsicómetro, un aparato que mide las cargas negativas a nivel celular que se registran cada vez que cometemos actos hostiles.

En buen romance, no importa la justificación que le queramos dar al asesinato de una criatura en gestación, siempre -recalcamos «siempre»- hay una carga negativa a nivel celular que en el futuro provocará tremendos trastornos físicos y mentales a la frustrada madre, y que a los médicos nunca se les ocurrirá relacionar con esta conducta.

Ingenuamente se cree que las malas acciones se pagarán en un mítico Más Allá, pero lo cierto es que se pagan aquí y ahora, y el Electropsicómetro lo demuestra.

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Naturalmente que no solo la madre que aborta está involucrada en el asesinato, sino también todos los que participaron en él de una manera u otra.

¿Cuándo comienza la vida humana?

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https://duartefalco.wordpress.com/2013/06/08/cuando-comienza-la-vida-segun-la-ciencia/

Hay quienes niegan que la vida comience en la concepción. Sin embargo,
la ciencia demuestra que tras la fecundación del óvulo y del
espermatozoide existe una nueva vida con un ADN único,
intransferible e independiente al de sus progenitores.

Uno de los resultados de la ciencia, que es agnóstica, es que la humanidad no comienza con un supuesto e inobservable insuflar del alma en el feto, sino con una corroborable síntesis del ADN individual en el óvulo fecundado. El óvulo fecundado da comienzo al ser humano.

El espermatozoide y el óvulo no fecundado no son seres humanos, pero sí seres vivos necesarios para que surja un ser humano: son seres pre-humanos que cuando se fusionan y completan la información genética producen un ser humano individual con su estructura genética completa, y un programa de desarrollo en devenir.

La duración del proceso que va del par óvulo-espermatozoide al óvulo fecundado es vaga en sentido gnoseológico: transcurre un tiempo en que no sabemos si estamos en presencia de un ser humano, o en un paso previo, pero ese proceso es de corta duración, a lo sumo de horas, no más. Desde el óvulo fecundado, pasando por todas las etapas del embrión y del feto, estamos en presencia de seres humanos.

La criatura en gestación no es parte del cuerpo de la mujer

Los abortistas repiten hasta el hartazgo que el fruto de la mujer embarazada forma parte del cuerpo de la mujer, pero este enunciado es absolutamente falso. Si el óvulo fecundado y el fruto fuesen parte del cuerpo de la mujer embarazada, entonces deberían tener su mismo ADN. Pero resulta que el óvulo fecundado y el fruto tienen un ADN diferente del de esa mujer. Por lo tanto no son parte de su cuerpo.

Quienes insisten en ello cometen una falacia porque no respetan la regla válida del modus tollens (Si a, entonces b. Pero no es el caso que b. Por lo tanto, no es el caso que a). Del modus tollens se deduce que el óvulo fecundado y el fruto son un ser humano diferente del de la mujer, que por lo tanto solo se alimenta de ella, es decir la parasita.

Resultando, entonces, que la criatura en gestación no forma parte del cuerpo de la mujer, la conclusión es que esta no puede disponer de aquella, que en el tema que nos ocupa significa que le está vedado eliminarla.

Desde el momento en que el óvulo ha sido fecundado ya existe un ser humano en desarrollo, por lo que eliminar ese óvulo fecundado o ese fruto es matar a un ser humano por nacer, único e irrepetible.

¿La mujer puede disponer libremente de su cuerpo?

¿Pero qué significa en concreto “disponer de su cuerpo”? Supongamos incluso que la criatura en gestación formara parte de la madre.  En general es muy limitado el permiso que tenemos de disponer” sobre nuestros cuerpos. Por ejemplo, carecemos del derecho a “disponer” del mismo en el sentido de mutilarnos libremente.

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Los médicos tienen derecho a mutilar partes de nuestro cuerpo para salvar nuestra vida o la de un prójimo, pero no lo pueden hacer, si gozamos, o el prójimo goza, de buena salud. Ni las mujeres ni los varones pueden “disponer” sensu lato de su propio cuerpo, ni en las morales tradicionales, ni en la ley positiva.

Esta última restringe el derecho a “disponer” o modificar el propio cuerpo: permite, por ejemplo, la perforación de las orejas para colocar aros, pero no autoriza la mayoría de las mutilaciones. Estas sí se pueden autorizar para salvar vidas, como en las operaciones que extirpan órganos o tejidos de un enfermo para salvarle la vida, u órganos o tejidos sanos de alguien saludable para salvar la vida de un enfermo, como en los casos de donaciones de órganos o tejidos.

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Por eso, aun si el fruto fuese parte del cuerpo de la mujer –que ya sabemos que no lo es –, el aborto se podría considerar una mutilación no autorizada, cuando no cure ni salve vidas, propias o de terceros.

En la mejor interpretación se pretendería argumentar en favor de los abortos permitidos para preservar la vida de la mujer, por gran peligro para su vida o para evitar sufrimiento insoportable, pero en ambos casos no se trataría de “disponer” del cuerpo de la madre, sino de “disponer” del cuerpo del fruto, en el sentido de matarlo.

Falacias

En la cuestión del aborto abundan argumentos falaces de todo tipo. Los más comunes son los “argumentos contra el hombre” (ad hominem), que no refutan a la otra parte, sino que la atacan, y los “argumentos por la piedad” (ad misericordiam), que no argumentan contra refutaciones, sino que mueven a la piedad con la parte refutada.

Otros parten de una premisa falsa, como cuando niegan que el fruto sea un ser humano hasta determinado momento de la gestación, o bien hacen como si no lo fuera, olvidando o soslayando completamente el carácter humano del nuevo ser a lo largo de toda la argumentación. Las polémicas emprendidas para derrotar al adversario son propicias para la retórica falaz. Consideremos algunas:

A) Falacias ad misericordiam

1) Primera falacia ad misericordiam

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Los partidarios del partido abortista reclaman un aborto seguro para las mujeres pobres. Esta es una falacia interesante que conjuga un argumento por la piedad con lo que podemos llamar “la falacia igualitaria”, ya que reclama la facilidad y seguridad de un aborto seguro y gratuito para las mujeres pobres, y se enfatiza la desigualdad con supuestas mujeres ricas que pueden abortar en clínicas privadas con buena técnica y preservación de la salud, en tanto que las mujeres pobres deben hacerlo atendidas por malos practicantes y en lugares sórdidos.

La situación descripta puede ser en general verdadera, pero lo que la falacia silencia es que ambas mujeres, la rica y la pobre, y quienes las ayudan, están matando un ser humano, es decir están cometiendo un homicidio. La propuesta de los pro-elección es entonces igualar en técnica médica y limpieza –añadiendo la gratuidad, la inevitable componente estatista (el estado debe proveerlo todo)– las condiciones del homicidio del hijo de ricas y pobres.

Ante esto cabe preguntarse: ¿No sería mejor promover la igualdad intentando disminuir el número de estos homicidios (en estas tierras además tan necesitadas de nacimientos) en todos los grupos sociales, incluyendo a los más pudientes?

Esta falacia oculta que, al pedir igualar las condiciones del aborto de pobres y ricas, se supone la existencia al derecho de abortar libremente. Pero no existe tal derecho a abortar libremente para mujeres de ninguna clase. Recordemos además que la comisión de un delito por mujeres de una clase no torna lícito ese delito para mujeres de otras clases. Lo que habría que hacer es tratar de minimizar los abortos evitables de las mujeres de toda clase social.

2) Segunda falacia ad misericordiam

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Son frecuentes también los argumentos fundados en la miseria económica y/o moral de la futura madre y de su ambiente, lo que impediría criar a su hijo en un ambiente digno y condenaría a madre e hijo a la miseria. Pero eso no justifica el homicidio por aborto, por una parte porque la vida del niño por nacer es un bien supremo, en tanto que la miseria económica y moral son males grandes pero no supremos, y por otra parte porque esos males finitos tienen grados y son remediables, si se les quiere buscar remedio, por ejemplo mediante la adopción responsable. Sobreabundan las parejas que buscan niños para adoptar.

3) Tercera falacia ad misericordiam

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Algunos, aunque admitan que el fruto, por su ADN, es un ser humano, afirman que debería ser lícito abortar mientras el encefalograma de ese fruto humano sea plano, es decir, mientras se presuma que todavía no tiene actividad cerebral y por lo tanto también se presuma que no tiene ni conciencia ni sensibilidad al dolor. Es un criterio piadoso, pero no obstante supone lícito un homicidio bajo ciertas circunstancias. Quienes así argumentan olvidan considerar que ese encefalograma plano pronto dejará de serlo por el desarrollo del fruto, ya que es un ser humano en desarrollo. Olvida además todos los métodos existentes para salvar ese fruto y proporcionarle una existencia digna.

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Con este argumento se suele presentar además un problema de coherencia, pues nos encontramos con que muchas de las personas que defienden esa licitud, simultáneamente se oponen a desconectar a los moribundos de los aparatos que los mantienen con vida, aun cuando sus electroencefalogramas ya no muestren actividad cerebral y esa pérdida parezca irreversible. La irreversibilidad de esa pérdida es en muchos casos altamente probable, pero no segura, pues en algunos pocos casos se recuperan las capacidades sensoriales, cognitivas y volitivas luego de un coma aparentemente irreversible, por lo que la reticencia a desconectar a quien tiene encefalograma plano tiene su fundamento. Pero más fundamento tiene salvar al fruto, ya que sabemos que es altísimamente probable que el electroencefalograma aún plano del fruto humano pronto dejará de serlo, porque su desarrollo normal implica desarrollar paulatinamente la sensibilidad y la conciencia hasta alcanzar su plena manifestación.

La inconsistencia consiste en que la misma persona que no admite desconectar a quien ya no tiene conciencia y está al fin de la vida, propone e incluso obliga a matar a quien aún no tiene conciencia, pero que pronto la tendrá por estar al comienzo de la vida. Se rechaza matar al que tiene poca vida por delante y se admite matar al que tiene mucha vida por delante. Aquí parece prevalecer el interés en matar al ser humano por nacer por sobre la defensa de la vida humana en general.

B) Falacias ad populum

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Así se llaman las falacias por la mayoría. Por ejemplo, se aduce que la mayoría de un grupo, una comunidad, una sociedad, etc., acuerda con la despenalización del aborto (en general, sin especificación de casos) y se presenta dicho acuerdo como un fundamento para aceptar dicha despenalización.

Pero la cantidad de adhesiones no verifica un enunciado, ni torna lícita, obligatoria o prohibida una clase de acciones para determinadas personas en circunstancias dadas. Hay refutaciones obvias de dicha falacia.

Por ejemplo, si la inmensa mayoría de una comunidad justificase la pena de muerte por lapidación para las mujeres adúlteras, como ocurría en el judaísmo antiguo y aún ocurre en el islamismo contemporáneo, eso no parece un argumento suficiente para justificar la lapidación.

Adviertan cuán fuerte era ese acuerdo que ni siquiera Jesús se opone a la pena de muerte por lapidación para las adúlteras, sino que solo pone como condición irónica para lapidarlas que el que tire la primera piedra “esté libre de pecado”, y nadie osa arrojarla.

El número es un pésimo criterio para justificar la verdad de cualquier enunciado, o la licitud, obligación o prohibición de cualquier acción. Hay que elegir mejores fundamentos.

C) Falacias ad verecundiam

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«Ninguna máquina más pesada que el aire puede volar» (Newcomb)

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«Las piedras no pueden caer del Cielo, porque
en el Cielo no hay piedras» (Georges Cuvier)

Son las falacias por la autoridad, opuestas a las falacias por la mayoría, que en la tradición lógica se llaman también falacias del magister dixit (el maestro lo dice). Toda falacia por autoridad consiste en dar como fundamento de un enunciado o de un argumento a una persona que lo defiende, que se considera autoridad epistémica o deóntica en el tema.

Hay dos especies principales de falacias de autoridad:

1) La primera es la falacia por autoridad en materia próxima: Si afirmo “el universo es infinito” y cuando se me requiere un fundamento respondo “lo dijo Isaac Newton”, cometo una falacia de autoridad. Newton efectivamente creía al menos en la infinitud espacial del universo, y argumentaba en favor de esa creencia. Él afirmaba que el espacio y el tiempo son el “sensorium Dei”y, como Dios es infinito, su sensorium Dei también lo era. Newton fue uno de los más importantes físicos clásicos y entendía de lo que hablaba, pero, a pesar de ello, los argumentos en esta materia de él y de otros físicos de su tiempo, como Leibniz o Clarke, pueden ser ingeniosos y convincentes, pero no son demostraciones: los fundamentos de estos genios en materias próximas a las de su competencia siguen siendo insuficientes e hipotético.

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http://www.eldiaonline.com/los-famosos-firmaron-la-solicitada-favor-del-aborto-legal/

2)  La segunda es la falacia por autoridad en materia remota, que ocurre cuando la presunta “autoridad” es inexistente, por ejemplo cuando artistas, profesores, políticos, diputados, clérigos, periodistas y representantes de innumerables organismos de toda índole abogan en favor de enunciados o argumentos en temas que solo conocen remotamente o simplemente ignoran, pero sin embargo sus opiniones son consideradas fundamentos de las tesis o las acciones por las que abogan, y el defensor de las tesis se presenta a pesar de todo como magister dixit.

Hay instancias intermedias entre ambas especies de falacias ad verecundiam, y todas ellas ocurren en la actual discusión por la “liberalización del aborto”.

De la primera especie es el caso de los dichos de un ministro de ciencia y técnica actual, y de un ex ministro de salud de un gobierno anterior. Ambos salieron a defender la extensión de un presunto derecho general al aborto. Prontamente el partido abortista tomó los dichos de estos personajes como fundamento para sus propósitos.

La falacia es sin embargo clara porque, aun suponiendo que esas personas sean autoridades epistémicas en sus especialidades, que aparentemente lo son en materia próxima, eso no les confiere autoridad en regiones teóricas o prácticas próximas pero diferentes, como son las disciplinas morales y jurídicas.

Sobre todo en estos tiempos, en que la formación científica es muy especializada, por buena que sea la competencia en una disciplina, eso no confiere competencia especial en campos intelectuales incluso próximos. Precisamente en cuestiones de fundamentos de la moral y de construcción de sistemas máximos de promoción y conservación de los bienes humanos superiores, los representantes “científicos” suelen ser tan falibles y poco confiables como los ciudadanos comunes.

De la segunda especie ocurre cuando se presentan “autoridades” que no lo son de ninguna manera. Así abundan los periodistas, artistas, políticos y representantes de las más diversas actividades que aparecen defendiendo tesis para las cuales no están ni siquiera mínimamente capacitados.

Julia Mengolini en el Congreso. (foto lucía Merle)

https://www.clarin.com/sociedad/julia-mengolini-embrion-puede-escribir-poemas-feto-bebito_0_rkzXYC7nf.html

Un  ejemplo ridículo reciente de seudo autoridad es el siguiente: en la comisión bicameral del congreso nacional, en una exposición a favor de la ampliación del derecho al aborto, se presentó una expositora llamada Julia Mengolini que argumenta a favor de la extensión de los abortos diciendo: Un embrión no puede escribir poemas, un feto no es un bebito. Es obvio, el embrión no puede escribir poemas (se le podría responder en latín “neque tu”), ni es un bebé, pero que no pueda escribir poemas ni sea un bebé no torna lícito matar al embrión.

No sabemos quién es esa persona, pero obviamente no es autoridad en el tema. Podemos suponer que lo que pretendía decir la opinante del caso, es que el  embrión o el feto no tiene el desarrollo intelectual y moral –o inmoral– de un ser humano nacido y crecido, y que por lo tanto no se lo puede considerar persona, y por ello se lo puede matar antes de que adquiera esas facultades.

Pero, como ya vimos, que no sea persona no implica que no sea ser humano, y el tema del aborto es un caso de los límites de los casos lícitos de la acción de matar seres humanos, no personas.

El ejemplo es además un claro caso de falacia de ignoratio elenchi (ignorancia de la refutación).

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Otro ejemplo más grave, por ser el de un ensayista conocido, Juan José Sebreli, es el argumento que usó para abogar por la licitud del aborto: “el embrión es una larva”. No sé si el ensayista sabe lo que significa la palabra “larva”. El Diccionario de la Real Academia define larva como “animal en estado de desarrollo, cuando ha abandonado las cubiertas del huevo y es capaz de nutrirse a sí mismo, pero aún no ha adquirido la forma y la organización propia de los adultos de su especie”.

Es decir, las larvas son las fases juveniles de animales independientes que tienen metamorfosis, como mariposas, moscas, sapos y ranas, pero no del fruto humano, que no es independiente ni capaz de nutrirse a sí mismo, por lo que no se puede llamarlo “larva” en ningún momento de su desarrollo.

Parece que Sebreli pretende usar el término como fundamento ad hominem en contra del ser humano por nacer, pero olvida que, irónicamente, en latín “larva” deriva de los dioses Lares, los guardianes del hogar, y significa “fantasma” “demonio”, pero también significa  “máscara”, como la palabra “persona” en latín.

Diríamos entonces que la “larva” de la que se habla enmascara un ser humano que pronto se manifestará en su forma final y plena: el neonato.

De estos tipos de recursos están plagadas las contribuciones de muchos intelectuales especialistas in materia remota, que abogan por la despenalización del aborto con procedimientos retóricos repletos de antiguos lugares sofísticos.

D) Falacias de pars pro toto (o de la parte en lugar del todo)

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Una especie de ella es la que podemos llamar la falacia de la discontinuidad, que se comete cuando se considera como estados de cosas inconexos a los que forman una sucesión de estados de cosas que son momentos de un desarrollo continuo, como ocurre con los organismos.

Así ocurre cuando se separa al embrión del feto, y a este del niño ya nacido, como si no fueran partes conectadas causalmente, y por lo tanto fueran de diversa naturaleza y no una unidad orgánica idéntica en desarrollo.

De ese modo algunos afirman que el cigoto es una célula viva con el genoma humano completo o ADN, pero que no es un ser humano. Según ellos solo llegaría a serlo cuando el sistema nervioso y la corteza cerebral estén desarrollados, y sea capaz –esté consciente– de percibir estímulos sensoriales.

Pero esta afirmación pretende decidir qué es un ser humano, y lo hace arbitrariamente con el propósito de que sirva al interés que defiende: tornar lícitos procedimientos abortivos. Pero es contraria a las definiciones que da la ciencia para caracterizar la naturaleza humana.

Conforme a la ciencia, ya en el cigoto hay un ser humano individual completo, con un ADN que se conservará idéntico a lo largo de toda su vida. El ADN individual es el que constituye al ser humano individual, de modo que el cigoto es el mismo ser humano que el viejo a punto de morir que lo sucede.

La separación arbitraria de una parte del desarrollo de ese ser con determinado ADN, de las otras partes temporales del mismo ser con el mismo ADN, es un claro ejemplo de falacia de pars pro toto.

E) Argumentación incoherente

La pena capital es un castigo que las sociedades contemporáneas tienden a eliminar. Y las que aún la admiten solo la limitan a casos de crímenes gravísimos con prueba suficiente y autoridad de aplicación legítima.

Ya no podemos negar que el aborto es el homicidio de un ser humano en gestación, y por lo tanto es una pena capital aplicada a un ser humano inocente. Pero el derecho penal no admite castigo sin culpa.

Por otra parte la pena capital del aborto debería ser rechazada como delito gravísimo por todo aquel que rechaza toda instancia de pena capital, pues tiene el agravante de no respetar uno de los supuestos mínimos de toda pena capital, que es la culpa en grado máximo. Por eso legislar a favor de la despenalización del aborto equivale a establecer una categoría de pena de muerte para seres humanos inocentes.

Curiosamente, muchos de los que se oponen a toda pena de muerte cometen la contradicción de abogar por la pena de muerte por aborto, pena de muerte agravada por ser aplicada a inocentes.

Otra inconsistencia se muestra en que muchos de los que rechazan toda pena de muerte, en el caso de una violación seguida de muerte se escandalizarían si se admitiera la pena de muerte para el violador-asesino, que es el culpable, pero por otro lado promueven la pena de muerte por aborto para el ser humano engendrado durante esa violación, un ser humano que obviamente no es culpable, aunque eso contradiga el supuesto mínimo de toda pena capital, que es la culpa gravísima.

La admisión de la pena de muerte para el ser humano no nacido inocente destruye todo resto de racionalidad en cualquier sistema jurídico que pretenda castigar de algún modo los homicidios. Porque, si es lícito matar a un ser humano inocente no nacido, ¿por qué debería prohibirse matar a un niño ya nacido, o a cualquier adulto, inocente o criminal?

Decisiones de este tipo desmoronan las bases legales de la prohibición del homicidio y podríamos concluir en que todo homicidio está permitido, aunque eso tornase imposible toda convivencia pacífica duradera.

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La madre Teresa de Calcuta expresaba a su modo esta consecuencia cuando decía: 

El aborto mata la paz del mundo. Es el peor enemigo de la paz, porque si una madre es capaz de destruir a su propio hijo, ¿qué me impide matarte? ¿Qué te impide matarme? Ya no hay ningún impedimento”.

(*) Fuente de información: Jorge Alfredo Roetti, «Cuestiones sobre el aborto», https://www.informadorpublico.com/author/jorge-alfredo-roetti

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Los idiotas útiles pro aborto legal seguro y gratuito
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El aborto y el supuesto derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo …

Aborto o el dilema de asesinar o no a la criatura por nacer
Carta abierta a Victoria Donda sobre el aborto
Eduardo Feinmann y su fallida encuesta sobre el aborto
Cienciología y el aborto

 

 

 

 

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